Hace cinco años, Sandra Solano ya había hecho su primera incursión en el mercado de la gastronomía, cuando el boom de regalar desayunos a domicilio le permitió complementar los ingresos de su profesión «oficial». Estaba ya la idea de la cocina, de la patisserie y del negocio independiente. Pero el abordaje tenía algo de amateur y no ofrecía perspectivas de largo plazo. Años más tarde, cuando decidió abrir su propia casa de té, el planteo fue completamente distino. Sandra estuvo un año y medio planificando cada fase del desarrollo hasta la apertura de Sasha, en Recoleta. Lo primero fue estudiar gastronomía mientras hacía y corregía junto a su marido (hoy el «gerente general» del emprendimiento) el borrador de los números. Después buscaron el local, la maquinaria necesaria y, ya lanzados, empezaron a armar el equipo. El pastelero resultó la decisión más meticulosa: «Es clave para un proyecto así», dice Sandra, quien recuerda que lo llevó a probar las máquinas a la planta antes de instalarlas y las recorridas que hacían por confiterías y restaurantes potencialmente competidores. «Queríamos probar los productos que más nos atraían para saber qué descartar y qué sumar a nuestra oferta», explica la emprendedora. A menos de un año de su apertura, Sasha ya amplió su producción y ahora provee también a terceros.
@vporce