En varios países de América latina y en especial en la Argentina, cotidianamente podemos constatar los pesares por los que atraviesa la clase pasiva. El monto de la jubilación no alcanza para satisfacer los gastos mínimos de la persona que lo percibe. En algunos casos tal vez llegue a cubrir el 50% de las necesidades, pero para la mayoría el porcentaje es mucho menor. Así observamos que muchos jubilados deben realizar trabajos part-time para llegar a fin de mes o en muchas ocasiones tener que recurrir a la ayuda de sus hijos, algo que desde luego para quienes se han esforzado toda la vida y están acostumbrados a mantener su hogar es una experiencia por demás dolorosa. Aunque sus hijos tengan la posibilidad y el deseo de asistir a sus padres, este intercambio de roles provoca un profundo sufrimiento y una gran baja en la autoestima. Porque además de que entran en una etapa en la que las fuerzas comienzan a disminuir, sienten que son una carga para los más jóvenes, que en vez de construir su porvenir de manera independiente deben asistirlos.
Y así como el hecho de que la jubilación actual, cualquiera sea su monto, no da la posibilidad de vivir dignamente es una verdad incontrastable, nada hace suponer que en el futuro esta realidad vaya a modificarse de manera sustancial.
Por lo tanto, y para evitar la situación de los jubilados actuales, es imprescindible tomar conciencia de que para vivir con comodidad el retiro hay que contar con ahorros específicos para dicho propósito. No hay que olvidarse de que cuando Noé construyó el arca, aún no llovía. Por eso prever es algo fundamental, aunque muchas personas prefieran no pensar siquiera en ello.
En este sentido, los motivos por los que la gente no ahorra o ahorra de menos para la futura jubilación básicamente son dos:
a) La distancia del objetivo
b) La subestimación de la expectativa de vida
a) La distancia del objetivo. Como ya vimos, el futuro se expresa a través del pensamiento, mientras que el presente se manifiesta en la emoción. Por lo tanto, cotidianamente los deseos inmediatos le ganan con holgura a las metas de largo plazo, que se van posponiendo hasta que la crisis se instala, y por supuesto, ya es demasiado tarde. Por lo tanto, hay que ahorrar desde temprano, no sólo para no formar parte del club de los arrepentidos en la vejez, sino porque además es el mejor negocio. Si una persona destina cierta suma mensual a un fondo de inversión entre los 18 y los 26 años, por ejemplo, y deja que el dinero se multiplique solo sin agregar más, a los 65 años tendrá una suma idéntica a la de quien haya ahorrado ininterrumpidamente entre los 35 y 65 años.
Por ejemplo, si se ahorran $100 mensuales entre los 18 y los 26 años, y no se deposita más dinero a partir de ese momento, a los 65 años se tendrán $595.000. Pero si se comienza a los 35 años, para llegar a esa suma a los 65 es preciso depositar $285 mensuales. Además, en el primer caso se habrán depositado sólo $9.600 y en el segundo, en cambio, $102.000.
b) La subestimación de la expectativa de vida. En 2004, un estudio de la asociación de Actuarios de los EE.UU. encontró que una amplia mayoría de sus entrevistados subestimaba la expectativa de vida de las personas de alrededor de 65 años en cinco años o más. En Inglaterra, dicha subestimación fue de aproximadamente 4,6 años para los hombres y de 6 años para las mujeres. Lo más preocupante o llamativo es que los hombres de entre 30 y 39 años, que deberían trabajar para asegurarse una vejez tranquila subestimaron la expectativa de vida en 6,3 años y en el caso de las mujeres de dicha franja etaria lo hicieron en 6,5 años. Ésta es una fuerte señal de que gran parte de la población y en particular quienes serán los jubilados del futuro no poseen una estimación real de la expectativa de vida actual y, por consiguiente, subahorran para su retiro. Lo paradójico es que son los mismos que se quejan de tener que ayudar económicamente a sus padres y no desean que les suceda algo semejante. Sin embargo, al no hacer nada al respecto, sólo están escribiendo como García Márquez, “la crónica de una muerte anunciada”. Porque vivimos más de lo que pensamos, y lo cierto es que:
Es mejor que el dinero lo sobreviva a uno, a que uno deba sobrevivir sin él.